En la España del franquismo, las historietas fueron un fiel reflejo de la sociedad de su tiempo. En situaciones de falta de libertad, el humor puede ser la vía para decir lo que de otra forma habría que callar.
La sociología de la España de los años cuarenta y cincuenta, se repartía entre unos triunfadores de pacotilla, que desprendían un prestigio de brillantina rancia, unos derrotados sepultados bajo la vergüenza y el miedo y una mayoría, más silenciosa de lo habitual, dedicada casi en exclusiva a burlar los rigores de la cartilla de racionamiento.
A través de estas historietas es posible aún vislumbrar el hambre de la posguerra, el estraperlo, la vida gris en las oficinas o la necesidad de realquilar habitaciones para llegar a fin de mes. Y no solo eso. También son el retrato de la llegada del desarrollismo durante la década de 1960 –que supone una apertura económica y social, aunque no ideológica–, de la compra de los primeros 600 o de las soleadas vacaciones en un chalet de la costa.
Evidentemente se trataba de un medio que se adaptaba a las posibilidades técnicas, a las infrastructuras industriales y a los niveles económicos del país.
"Ofrecía un vistoso teatrillo de papel al módico precio de una peseta - céntimo más o menos - que tenía la posibilidad de reproducirse y prolongarse inagotablemente con nuevas entregas"(1)
Antes que la televisión viniera a destronarla a principios de los años 60, la historieta reinó de forma indiscutible en España. Los tebeos supusieron para los jóvenes españoles de los años cuarenta, cincuenta y hasta muy entrados los sesenta, una ventana para entender el mundo o para fugarse de él, un espacio de aprendizaje y mucho más que un texto, un pretexto para la ensoñación fabuladora.
Tan vinculado llegó a estar historieta y franquismo, que el desmantelamiento del régimen en la década de los setenta, significó también la desaparición de los tebeos más emblemáticos. La historieta y el país se reorientaron al mismo tiempo, ambos se hicieron adultos por así decirlo.
(1): La España del Tebeo. Antonio Altarriba
La sociología de la España de los años cuarenta y cincuenta, se repartía entre unos triunfadores de pacotilla, que desprendían un prestigio de brillantina rancia, unos derrotados sepultados bajo la vergüenza y el miedo y una mayoría, más silenciosa de lo habitual, dedicada casi en exclusiva a burlar los rigores de la cartilla de racionamiento.
A través de estas historietas es posible aún vislumbrar el hambre de la posguerra, el estraperlo, la vida gris en las oficinas o la necesidad de realquilar habitaciones para llegar a fin de mes. Y no solo eso. También son el retrato de la llegada del desarrollismo durante la década de 1960 –que supone una apertura económica y social, aunque no ideológica–, de la compra de los primeros 600 o de las soleadas vacaciones en un chalet de la costa.
Evidentemente se trataba de un medio que se adaptaba a las posibilidades técnicas, a las infrastructuras industriales y a los niveles económicos del país.
"Ofrecía un vistoso teatrillo de papel al módico precio de una peseta - céntimo más o menos - que tenía la posibilidad de reproducirse y prolongarse inagotablemente con nuevas entregas"(1)
Antes que la televisión viniera a destronarla a principios de los años 60, la historieta reinó de forma indiscutible en España. Los tebeos supusieron para los jóvenes españoles de los años cuarenta, cincuenta y hasta muy entrados los sesenta, una ventana para entender el mundo o para fugarse de él, un espacio de aprendizaje y mucho más que un texto, un pretexto para la ensoñación fabuladora.
Tan vinculado llegó a estar historieta y franquismo, que el desmantelamiento del régimen en la década de los setenta, significó también la desaparición de los tebeos más emblemáticos. La historieta y el país se reorientaron al mismo tiempo, ambos se hicieron adultos por así decirlo.
(1): La España del Tebeo. Antonio Altarriba